Formación Espiritual

Renunciando al yo: Un Sacrificio Vivo

El compromiso llega primero, luego la revelación de Dios se hace presente y la oportunidad de gustarla—al obedecerla. by Capitán Alan J. González

No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.

Romanos 12:1-2

Muchos creyentes dicen: “quiero saber la voluntad de Dios”; entonces se dedican a orar buscando esa revelación, lo cual no está mal. Pero la voluntad de Dios no es un misterio. Esa voluntad se nos revela en términos sencillos. La voluntad de Dios es Su palabra, disponible en forma escrita: La Biblia. Pero la voluntad de Dios también se revela en lo que nos da y en lo que nos niega. Dios habla también por Su Espíritu y a través de hermanos y hermanas en Cristo para revelar Su voluntad en situaciones específicas. 

Obedecer la voluntad de Dios es más difícil que conocerla. ¡Nos cuesta tanto aceptar que alguien nos imponga su voluntad! Cuando tenía nueve años me fui a vivir con una tía. Mística era una mujer buena, pero también estricta. No le gustaba repetir sus órdenes dos veces; desobedecerla iba acompañado de algún tipo de castigo. Eran mandatos sencillos, como: “arregla tu cama”, “barre el patio y riega las plantas”, “no llegues tarde”, “no te alejes más allá de la esquina”, “regresa directo a la casa cuando salgas del colegio”, y cosas por el estilo. Aun así… yo siempre desobedecía. 

El Señor probó en varias ocasiones, no sólo la fidelidad de sus discípulos, sino también su grado de compromiso; por eso, repetidas veces los enfrentó sin rodeo: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame.” (Marcos 8:34) Después de una enseñanza particular y difícil, cuando muchos de sus seguidores lo abandonaron, Jesús preguntó a los doce apóstoles: “¿También ustedes quieren marcharse?” (Juan 6:67)

¿Le parecen duras e inaceptables algunas partes de la Biblia o quizás anticuadas para este tiempo? Un día, cada uno tendremos que rendirle cuentas a Dios, y seremos sometidos a un juicio que se basará en lo que hayamos hecho, y en las decisiones que hayamos tomado, con respecto a la voluntad de Dios.

Pero además de urgir a los discípulos a “ofrecer [sus] cuerpos en sacrificio vivo,” el Apóstol Pablo, añade, “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente.” (Romanos 12:2) El creyente que se acerca a Dios debe estar dispuesto a tener una mente renovada. Es decir, con nuevas ideas y maneras de ver la relación con Dios y con el prójimo. Renovar es cambiar algo viejo o sin validez por algo nuevo.

Únicamente Dios, mediante Su Espíritu, puede renovar la mente. Pero, para que eso suceda, debemos primero arrepentirnos; arrepentirse significa, literalmente, “cambiar de mente”. Para cambiar de mente tenemos antes que alterar nuestra manera de pensar mediante la obediencia a Su voluntad, y hacer las cosas a Su manera, no a la nuestra.

Sólo quienes dedican sus cuerpos a Dios como sacrificio vivo y permiten que Él renueve sus mentes están en capacidad de “experimentar la voluntad de Dios”. (Romanos 12:2) Aunque también hay quienes anhelan saber la voluntad de Dios y decidir qué parte de ella desean obedecer. Pero no función así. No se debe experimentar la voluntad de Dios sin estar listos para obedecerla. El compromiso llega primero, luego la revelación de Dios se hace presente y la oportunidad de gustarla—al obedecerla.

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